Cuando la sangre llama

Kevin y James

Poco después de comenzar el viaje me acosté a dormir de nuevo. Ningún sueño esta vez. Al despertarme había muchísima actividad en popa. 6 gruesas y largas cañas de pescar colgaban de la parte de atrás del bote y 2 dos más a cada lado. Líneas de nylon se estiraban al menos 30 metros detrás del yate. Cada una de ellas arrastrando lo que James me explicó eran señuelos.

Cada señuelo era una pieza de plástico en forma de pez que saltaba fuera del agua con cada ola que atravesaba. Supuestamente la idea es que en caso de pasar sobre un banco de atunes, algunos crean que estos son peces de verdad y los ataquen. De los señuelos cuelgan anzuelos escondidos dentro de una macarela.

Aún faltaba tirar algunos señuelos y me puse a ayudar a armarlos y a echarlos por la borda. Varios yates se veían a diferentes de distancias de nosotros. Todos iban perseguidos por un montón de señuelos saltando en el agua como delfines.

Fui a la cocina y me prepare un desayuno con lo que conseguí en la nevera y después subí al segundo piso del yate, donde estaban todos sentados al lado de Mr. M frente al timón. En silencio todos escuchaban la radio. Me senté al lado del papá de James y me puse a leer la carta que reposaba al lado del timón. No la entendí y me puse a escuchar la radio.

En alguna parte varios pescadores se intercambiaban información acerca de donde habían visto actividad en el agua. Casi todo el mundo decía que se devolvían a puerto sin haber pescado nada. «OH, shit», dijo el papá de James. Este agarró el radio y gritó, «Este es Murtha desde el Braveheart. ¡Por Dios Santo! ¿Alguien se va a casa con algo?» Tras un largo silencio alguien respondió. «Yo me llevo a casa un Atún aleta azul de 500 libras».

Atún aleta azul es la cosa de la que está hecha el sushi.

¡Eso es!, respondió el papá de James. ¿Dónde? preguntó al mismo tiempo que los demás que escuchaban. El hombre respondió. Mr. M se vio con Kevin y Rob. Unas dos horas, se dijeron. Calculó combustible, vio la hora y por último me vio a mí.

Gustavo, quiero que te montes en la torre de observación y me digas si algo se mueve que no se olas. Yes Sir, le dije y sin preguntar nada subí las escaleras del andamio de aluminio que llevaba hasta el puesto de observación tres pisos más arriba.

Todo parecía moverse. El mar estaba tranquilo. Aparentemente era uno de los mejores días que todos en el bote habían visto en todas sus vidas. Pero aun así, las pequeñas olas parecían aletas y lomos por todas partes. Me prendí un cigarrillo y me senté. A menos que viera un pez bailando la macarena no iba a avisarle nada a nadie. Nunca había visto la diferencia entre una ola y un pez dando la vuelta en la superficie del mar así que no tenia punto de comparación. Pero pronto me pareció que si veía una aleta la iba a reconocer y me sentí ansioso de hacerlo, pero nada pasó. Ni una sola puta aleta se asomó fuera del agua. Una hora más tarde nos acercamos a una boya y el barco bajó la marcha. Alrededor de la boya parecía que el agua estaba hirviendo. ¡Fiiiin! (aleta), grité al ver peces saltando fuera del agua. Pero nadie me respondió. Bajé y con excepción de Mr. M todos habían desaparecido.

Todos preparaban sus cañas de pescar dentro de la cabina. Le dije a James que me diera una y me dio una que parecía la más vieja. El nylon estaba lleno de nudos. Qué hago, le pregunté. Todos se rieron. Pescar, sigue tus instintos, me respondió. No hay tiempo para explicaciones. Salió de la cabina y se deslizó por el lado externo de la cabina hacia la proa. Rob tomó mi caña y con su solo ojo bueno me explicó como desatar los nudos. Aparentemente habían sido hechos a propósito. Y después me dio una caja de herramientas llena de anzuelos y cebos. Elegí uno, lo anudé como James me había enseñado en la oficina y me fui a proa deslizándome como todos los demás, con la caña en una mano, y la otra en la baranda externa del bote. Las olas que rompían contra el casco saltaban hasta las rodillas.

Me asomé al agua. Tres anzuelos volaron sobre mi cabeza y se estrellaron en el mar cerca de la boya. Vi a Rob, Kevin y James y traté de captar como agarraban las cañas. James había recogido toda su línea y se disponía a lanzarla de nuevo. La irguió sobre su cabeza y sostuvo el anzuelo con la mano libre. Después empezó a mover la mano que sostenía la caña hacia adelante y hacia atrás, casting, creando un ocho de nylon sobre su cabeza que con cada ida y venida se hacía más grande hasta que finalmente lanzó la caña violentamente hacia adelante y el anzuelo salió disparado unos quince metros mar adentro. No había manera de que yo pudiese hacer lo mismo.

Para empezar, el carrete de esta caña no se parecía en nada al que había usado en la oficina. Practiqué lo más rápido que pude hasta que le hallé la maña. Erguí la caña. Moví el brazo hacia adelante y hacia atrás. El nylon hizo círculos sobre mi cabeza y cuando por fin lo solté se estrelló contra la ventana de la cabina. Me sentí como un retrasado mental, pero gracias a Dios todo el mundo estaba demasiado ocupado como para darse cuenta de mi estupidez. Volví a intentarlo.

Rob haló un pez. Un Mahi-Mahi colgaba de la línea. Enrolló lentamente, y en la misma línea venía otro más grande aún. Y al final del nylon, uno pequeño que me saltó en un pie, de donde Mr. M lo agarró con las manos y lo echó en un balde. La línea de Rob aprendí más tarde tenía varios anzuelos a todo lo largo.

Vi dentro del agua. ¡Mierda! grité. Había como cien Mahi-Mahis dando vuelta en el agua. A los Mahi-Mahi les gusta colocarse debajo de cualquier objeto flotante y por eso estaban debajo de la boya.

Qué belleza, qué belleza, gritaba el papá de James. Lancé mi anzuelo y éste viajó unos cinco metros y cayó en el agua, pero como tenía mucho plomo se hundió deslizándose hasta donde yo estaba. Lo podía ver a través del agua viniendo hacia el bote. Había atravesado un calamar con el anzuelo, y podía ver los tentáculos moviéndose en el agua como si estuviera vivo.

Volteé hacia atrás. James y Kevin sacaban ambos sus anzuelos con sendos peces. El papá de James los recogía con una red y los metía en un balde. Todos gritaban de excitación.

Volteé otra vez hacia mi malogrado anzuelo justo cuando un Mahi-Mahi viniendo desde el fondo lo mordió y trato de darse a la carrera con un arco iris de colores brillándole sobre el lomo. El carrete empezó a dar vueltas como loco. Agarré uno, Agarré uno , empecé a gritar.

Eso es todo Gustavo, soltó el papá de James volteándose hacia donde estaba yo y caminó hasta ponerse a mi lado.

Era un animal bello. Mi primera presa. El agua era clarísima y a través de ella lo podía ver ir y venir cambiando de rumbo como si desapareciera y apareciera otra vez yendo hacia el lado contrario a la misma velocidad. Aprieta la línea, me dijo Mr. M haciéndome recordar súbitamente todo lo que me había enseñado James en la oficina.

Apreté la línea para que fuera más duro para el pez halarla, y le di vueltas al carrete para acercarlo al bote. Al pez no le gustó la idea y saltó un metro fuera del agua para hacérmelo saber. Inmediatamente volvió a saltar metro y medio en el mismo sitio y al caer en el agua se lanzó en picada hacia las profundidades como si no hubiese apretado la línea ni un poquito.

¡Ups! Gustavo agarró un saltarín, gritó Mr. M y todos se voltearon hacia él justo cuando este salía del agua saltando por tercera vez alumbrándonos con su piel. Pensé que nunca en mi vida iba a olvidar ese momento.

El secreto, James me había dicho, es cansar al pez. Entre tú y el pez, el primero que se canse pierde. Y como yo no estaba nadando ni saltando fuera del agua sentí que tenía la ventaja, lo cual corroboré cuando el Mahi-Mahi empezó a nadar sin la misma intensidad. Apreté y halé hasta tenerlo cerca del bote. Recogí la línea y hale la caña hasta que salió del agua. El pez se batió como si estuviera electrocutándose con la luz del sol. Échalo aquí, me dijo el señor Murtha, moviendo la red hacia el pez y envolviéndolo con esta. Lo batió fuera de la red en la cubierta y se fue hacia donde Rob sacaba otra hilera de Mahi-Mahis.

El Mahi-Mahi convulsionaba en el piso. Lo agarré y le halé el anzuelo que tenía incrustado en un labio y lo sostuve con las dos manos para verlo. Jamás había visto un Mahi-Mahi pero me pareció el pez más hermoso del mundo. Sin embargo, ya empezaba a perder los colores, que como los de la mariposa se me quedaban pegados de las manos.

¿Qué vas a hacer?, me gritó el papá de James, darle boca a boca, tira la maldita cosa en el balde y trata de agarrar otro. Todos se rieron a carcajadas.

Tiré el anzuelo otra vez con la misma carnada. Jalé y solté haciendo que el calamar se moviera. Por momentos parecía que un pez iba a picar pero al final le pasaba por un lado y se iba. Volví a tirar el anzuelo pero al caer al agua no había ni un pez dentro de ella. Dónde se fueron, gritó James. Aquí, dijo Kevin desde la popa. El barco, a la deriva, había dejado atrás la boya. Todos corrimos hacia atrás pero para cuando tiramos los anzuelos los peces se habían ido en serio.

El papá de James le dio retroceso al yate haciendo el menor ruido posible pero ya no había nada.

Así es, un momento están, al otro no, dijo Rob recogiendo la línea vacía. Maldición, dijo Kevin. Vámonos, gritó el papá de James desde detrás del timón y arrancó a toda marcha haciendo que el balde con los Mahi-Mahis se volteara en el piso y se acumularan en una esquina. Kevin los cogió y los echó en una de las cavas.

Me senté en la silla de pescar y me vi las manos. Me las olí. James me puso la mano en el hombro. Así aprendí yo, me dijo. Yo también gritó el papá de James desde arriba. Carajos, así aprendimos todos dijo Kevin. Sentí mi corazón golpeándome las sienes.

¿Es lo mismo con los tiburones? pregunté. Es lo mismo hasta con las mujeres dijo Kevin. Halar y soltar, halar y soltar hasta que las tienes colgando de los pies pidiendo aire. Todos nos reímos juntos, por primera, desde esa mañana. Empecé a sentirme parte del equipo.


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