Durante los meses siguientes al ataque del 11 de Septiembre, me olvidé por completo del viaje. Pasó al olvido en una fila interminable de prioridades que sólo abrió paso a pensamientos recreativos a mediados del verano del 2002, cuando un día abriendo la nevera súbitamente el ojo negro y muerto del Mako llamó mi atención nuevamente.
Quizás influenciado por el talión que exigíamos todos los residentes de Nueva York en esa época. Alguien tenía que pagar y muy bien podía ser un tiburón.
Le dije a James que reanudara los planes que habíamos olvidado. No tardó mucho en hacerlo. Al día siguiente me dijo que el viaje era en dos semanas y ya tenía reservado mi puesto.
La rápida respuesta no fue una sorpresa para mí. En los meses que siguieron a la tragedia, James y yo nos volvimos amigos cercanos. Conocí a su familia y hablaba con ellos con frecuencia. Los padres de James se hacían llamar Mr. M y Mrs. M (Por Murtha).
Sin embargo había una condición. Supuestamente, como iniciación todos aquellos que van a pescar tiburones por primera vez, deben ejecutar una maniobra llamada The Lap (La vuelta) Lo cual consiste en que una vez que el barco esta mar afuera, el novato debe saltar al agua posiblemente infestada de tiburones y darle una vuelta al barco.
Les dije que lo haría de espaldas. James me dijo que de todas maneras el tenía el record en su familia ya que había hecho un Double Lap (Doble Vuelta). Dije que lo haría también, de espaldas. No me creyó pero dejó de retarme al darse cuenta que cualquier cosa que dijera simplemente lo iba a doblar. Me fui a mi cubículo e inmediatamente me puse a pensar en la excusa que daría al llegar a mar abierto para no hacerlo. En la oficina había apuestas 9 a 1 a que no lo haría. El uno era yo.
Salimos de Nueva York un sábado a las dos de la mañana directo de la oficina. Cogimos un taxi a Penn Station para agarrar un tren que James calculó mal y perdimos sin remedio. Agarramos otro taxi hasta Manhasset, donde vivían sus papás, nos montamos en la pick up del hermano y tres horas más tarde nos despertamos en Montauk.
Nos detuvimos por café tres veces. El camino era interminable a medida que la autopista se transformó en carretera y esta lentamente dio paso a calle.
A las 5 de la mañana finalmente pusimos pie en el club náutico de Montauk y sin esperar un nudo en el estomago hizo que por un instante me arrepintiera de venir hasta aquí para tan estúpida prueba. Pero ya era muy tarde para echarse para atrás.
El barco era más grande de lo que esperaba. Era un Chris Craft de 50 pies que se bamboleaba suavemente a un metro del muelle apretujado entre otros yates. El nombre del barco me hizo sentirme como una cucaracha. Braveheart.
James salió de la camioneta, caminó hasta la orilla del muelle y brincó dentro del bote sin esperar por mí. Yo no estaba seguro de que pudiera hacer lo mismo.
El sol no había salido, pero ya el cielo se pintaba de rosas y púrpuras. Hacían al menos 30 grados, pero mi mandíbula titiritaba como si el invierno hubiese llegado repentinamente. Mastiqué el chicle que tenía en la boca lo más rápido posible tratando sin éxito de disimular el temblor. Por suerte James se adentró en los camarotes y no lo vi más hasta que estuve en el bote. Mire a mi alrededor. No había nadie que pudiese verme y esto me hizo sentir más tranquilo.
El nudo en el estómago había escalado lentamente hasta la garganta y una ganas incontrolables de ir al baño me atacaron cuando llegó a la orilla del muelle. El metro que separaba el muelle del bote me pareció un kilómetro. Miré hacia el agua. Estaba sucia con vasos de Mcdonalds flotando en lo que parecía ser una mezcla de aceite y hojas secas. No podía dejar de pensar en el ridículo que iba a hacer una vez que cayese en esa agua sin contar la infección. Me imagine a James contando la historia en la oficina y trate de tragar saliva, pero no pude y casi me ahogué con el chicle. Lo escupí en el agua y se quedo flotando sobre un pedazo de algo que parecía una caja de cigarrillos.
Parado en la orilla del muelle recé como un pánfilo que todo saliera bien. Lancé mi morral hacia la bañera y casi lo paso por encima hasta el agua del otro lado. Por suerte pegó de una caña de pescar y cayó en cubierta sano, salvo y seco.
No había de dónde agarrarse y la cubierta estaba un metro y medio más abajo del muelle. Qué coño me dije y salté. Caí estrepitosamente. James salió de la cámara con una taza de café humeante y me encontró arrodillado en suelo. Qué carajo estás haciendo? me preguntó. No le respondí y él no volvió a preguntar.
La mitad de mis miedos cedieron apenas puse pies en la nave de fibra de vidrio. La mandíbula se detuvo y las manos, que se habían mantenido apretadas se relajaron. Sentí un alivio inmediato.
El bote estaba en calma. Quien quiera que estuviese allí estaba dormido y así me lo corroboró James. Sentía como si acabara de bajarme de un ring con Mike Tyson. Le pregunté a James dónde estaba el baño y me señaló el final de un pasillo que conducía a los camarotes. Caminando hacia él vi una litera en un costado y sin poder evitarlo caí de espaldas y me quedé dormido sin darme cuenta. Durante dos horas soñé con peces gigantes y un perro acuático que me mordía las piernas.
Me desperté cuando se encendieron los motores y voces de hombre empezaron a gritar como si algo estuviese mal. Me di cuenta de que el ladrido del perro de mis sueños era el ruido del agua golpeando contra el casco del barco. Me toqué las piernas. Todo parecía estar en orden. Vi hacia el fondo del pasillo. Mr. M. vestido como un modelo de Náutica me observaba desde la cocina. Sentí que debía levantarme, aunque no quería, y así lo hice.
El papá de James mide como un metro cincuenta y cinco. Parecía tener unos 50 años y estar en buen estado de salud. Tenía unas piernas flacas que terminaban en unos mocasines sin medias que eran idénticos a unos que yo había tenido años atrás. Mientras caminaba hacia él empezó a gritar ordenes a quien sea que estaba afuera de la cabina.
Le extendí la mano y me presenté. Por alguna razón me estrechó la mano con toda la fuerza que tenía. Yo hice lo mismo. Me preguntó si James y yo habíamos venido a dormir o qué. Le respondí que habíamos tenido una noche muy larga. Me preguntó que si James me había enseñado esa excusa.
Caminé hasta mi morral que conseguí donde mismo lo había tirado cuando salté al barco. Saqué la botella de Pampero Aniversario y de vino que había traído como obsequio para él y Mrs. M. Las agarró sin mucho interés y las dejó sobre la cocina. James se bebería el ron una semana más tarde en su casa según me confesó después.
Pregunté que qué podía hacer. Me respondió con una sonrisa. No te metas en problemas y me recomendó que me fuera a dormir de nuevo porque estábamos al menos a 5 horas de nuestro destino. Le dije OK y regresé a la cama. En el camino abrí una puerta y vi James echado en una cama durmiendo con la boca abierta. Me acosté y me desperté un segundo después a las ocho de la mañana cuando el yate empezó moverse. Sentía que no había dormido desde 1978. Fui al camarote de James. Ni siquiera se había movido. Bastardo, pensé. Dejarme solo aquí sin siquiera presentarme a nadie. Lo halé de una pierna y lo desperté. ¿Qué pasó viejo?, me preguntó. No soy tu viejo y más vale que te levantes. No volvió a moverse.
Aparte de James, Mr. M y yo estaban a bordo Rob y Kevin. Los dos eran viejos amigos de Mr. M y en alguna oportunidad habían tenido sus propios botes. Kevin lo había perdido en un divorcio. Rob lo había tenido que vender para pagar las cuentas del hospital tras sufrir un accidente a principios de los 90. Rob todavía cojeaba por el accidente y tenía paralizada la mitad del rostro. El ojo derecho cerrado en todo momento.
El bote se deslizó por la inercia del primer impulso a través de la bahía donde estaba el club. Había unos yates del tamaño de un vagón de metro y de varios pisos, pero la mayoría no pasaba de 50 pies. En todos había alguien haciendo algo y saludaban al vernos pasar y el papá de James respondía tocando la corneta.
Kevin abrió dos gaveras de hielo que se escondían en el suelo de la bañera. Olió a demonio por un segundo antes de que prendiera unas bombas que lavaron las cavas y echaron el agua podrida en la bahía. En el agua miles de pescaditos se pelearon por los restos de lo que fuera que había estado en las cavas.
Mr. M guió el bote dentro de una estación de servicio para botes y un tipo sin una pierna nos amarró al muelle. Ahí echamos gasolina y el tipo sin una pierna empezó a llenar la cavas con hielo usando una carretilla. Tras un sólo viaje de ver lo imposible me hice cargo de la carretilla y llené las cavas hasta el tope. Le pregunté a Kevin si así estaba bien y me dijo que sí. Me preguntó si estaba listo para hacer The Lap. Mr. M y Rob se rieron desde detrás del timón. Sólo díganme cuando lleguemos a territorio apache y me echo al agua, les respondí. James me dijo que ibas a hacer el Lap doble de espaldas, eso sería un record en este barco, dijo Rob y todos se rieron.
Maldita sea mi boca, pensé y me senté en la silla sobre la baranda de estribor. Me habían salido jodedorcitos los compañeros de viaje.
El barco salió de la estación de servicio y maniobró entre isletas donde estaban las oficinas de los guardacostas y la directiva del club. 5 minutos más tarde estábamos en la boca de la bahía. Eran las nueve de la mañana.
Había al menos 20 yates a nuestro alrededor, la mayoría regresando al club. Y en la costa se veía una hilera interminable de carpas y surfistas elevándose y desapareciendo sobre las olas. El sol quemaba deliciosamente sobre la piel a medida que nos acercamos al faro de Montauk, última cosa que veríamos de tierra firme antes que esta desapareciera por completo una hora más tarde. Mr M aumentó la velocidad al máximo cuando le pasamos por un lado haciendo que la proa se levantara y que casi me cayera al agua. Otra vez escuché risas en la cabina de mando.
Hey Gustavo, todavía no llegamos a donde tienes que echarte al agua, Ja ja ja, gritó el señor Murtha.
Lo ignoré y fui por mi cámara. Le tomé fotos al Faro de Montauk hasta que desapareció.
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