Cómo comprar un Oscar

Los premios más codiciados del mundo del cine se acercan. Pero, ¿cuáles son las redes de tráfico de influencias que hay que mover para obtener uno? La respuesta aquí…

¿Se puede comprar un premio Oscar? En principio no. La votación se realiza entre más o menos seis mil profesionales del AMPAS (Academy of Motion Picture Arts and Sciences) que deben escoger a los ganadores. Y por supuesto que se supone que esta institución está por encima de toda corrupción posible.

Sin embargo, no hay que ser tan ingenuos; esto no es más que una máquina publicitaria y como tal implica el gasto de millones de dólares a fin de inclinar la balanza hacia el lado del largometraje que se intenta promover. El año pasado, las campañas de «Aviator» y «Million Dollar Baby» costaron más o menos 15 millones de dólares, intentos orientados a arrancar la estatuilla de entre las manos de los demás contendores.

Digo «más o menos» 15 millones, ya que los gastos de publicidad se mezclan generalmente con los costos de producción del filme y por otro lado, porque los publicistas firman cláusulas que les impiden develar la cantidad de dinero gastado o la forma en la que fue utilizado. Estos publicistas son generalmente contratados el día siguiente a los Oscares, para que empiecen a trabajan en la ceremonia del año a venir. El salario de uno de estos consultantes fluctúa dependiendo de sus logros anteriores, pero circula alrededor de los 13 mil dólares mensuales.

El primer objetivo es garantizar que el jurado verá las películas. Suena extraño que un jurado no lo haga, pero con aproximadamente 250 películas en competición cada año, poco miembros tendrán la fuerza, las ganas o siquiera el tiempo de ver todas las cintas. Es por ello que la publicidad representa un tercio del presupuesto de un filme, gasto sin el cual raras veces se llegará a algún lado. Además, un apoyo frío a una película puede dar la mala impresión de que el estudio no cree en la obra, lo cual juega en su contra. Los estudios compran páginas enteras en los periódicos de Los ángeles y Nueva York, ciudades donde residen la mayoría de los jurados, para convencerlos de ver la producción.

Estos soportes publicitarios son la verdadera gallina de los huevos de oro para las publicaciones especializadas. Una página en Variety, líder en la prensa cinematográfica, cuesta 20 mil dólares la página. Eso no es tanto, para pagar un encartado especial se puede desembolsar hasta 100 mil dólares. El Hollywood Reporter del 12 de Diciembre contaba con 25 páginas publicitarias, incluyendo las 4 páginas de portada y contraportada. No hay que ser el hombre que calculaba para sacar esa pequeña cuenta…

Luego hay que garantizar que el jurado pueda ver las cintas. Los estudios suelen pasar acuerdos con las salas para permitir a los votantes asistir gratis a las proyecciones. A veces se vuelven a pasar películas que salieron en los meses precedentes, en salas estratégicas que garantizan que los miembros acudan.

De esta manera, todos los largometrajes que quieren participar envían los famosos screeners. Estas cintas son las que probablemente bajaste de manera pirata por internet, razón por la cual la Motion Pictures Association of America se las ha visto negras para combatir el pirataje de los screeners sin desmotivar a los jurados a ver la película.

La misma Academia es la que intenta evitar la corrupción o el favoritismo que intenta influir en los miembros. Está prohibido, por ejemplo, realizar proyecciones precedidas o seguidas de una recepción en la cual participa el equipo del filme. Sin embargo, no pueden prohibir que eventos públicos de éste tipo se lleven a cabo y que, por pura «coincidencia», los miembros del jurado asistan (y sean tratados como reyes). Claro que estas soirées cuestan un ojo de la cara; sin embargo, en la época de los Oscares hay una prácticamente todos los días. Muchos actores y productores se niegan a trabajar durante este período para poder asistir a las copiosas fiestas, aunque por supuesto que otros se niegan rotundamente a siquiera aparecer en foto. El día que Terrence Malick aparezca en una fiesta para promocionar «Nuevo Mundo», me avisan.

Lo peor es que nadie está al abrigo de estas prácticas. Steven Spielberg anunció su intención de no participar en ninguna promoción de «Munich», ya que quería que la película hablase por sí misma. Parece que Steven no aprende, ya que en 1998 su largometraje «Salvando al soldado Ryan», dada como favorita, fue neutralizada en los últimos días gracias a una campaña más costosa y enérgica que consagró a «Shakespeare in Love».

Luego está la vieja máxima que reza, «si no puedes ganarle al enemigo, échale suficiente tierra como para desprestigiarlo». Así, no es de extrañar que semanas antes del Oscar, por allá por el 2002, una feroz campaña orientada a cuestionar el guión de «A Beautiful Mind» viese la luz. Qué coincidencia que a sólo días de la ceremonia se iniciara una polémica sobre la vida de John Nash y algunos aspectos embarazosos que parecen haberse dejado de lado a la hora de escribir el guión…

El rey extra-oficial de esta ceremonia es indiscutiblemente Harvey Weinstein. Este director de campaña logró prácticamente sin ayuda, darle la estatuilla a películas como «My left foot» (90), «Aviator» (05), «The English patient» (97), «Shakespeare in Love» (99) y «Chicago» (03). Acusado de ser un capitalista que transformó los Oscares en una costosa y ridícula batalla publicitaria, este sujeto ha sin duda dejado su marca sobre el trofeo e incluso el cine moderno (recordemos que Weinstein produjo «Pulp Fiction» y «Fahrenheit 911» junto a su hermano cuando muchos de sus colegas las habían descartado como películas poco rentables). No sería de extrañar entonces que el zorro Harvey promueva las nominaciones de Johnny Depp por «Rochester», por ejemplo, o de Judi Dench por «Madame Henderson».

Finalmente, es obvio que los Oscares no son la referencia por excelencia de aquellos buscando buen cine. En el fondo, cuando se le estudia fríamente, no es más que una guerra de mercadeo y dólares que a veces (y por pura coincidencia) premia talentosos actores, directores y películas; aunque son más las veces que recordamos los Oscares por sus omisiones (omisión de premios a Hitchcock y Chaplin, por ejemplo), y sus desaciertos (¿Un Oscar para Cuba Gooding Jr.?) que por sus «justicias» cinematográficas.

La verdad es que los cinéfilos le hacen más caso a premios como el Oso de Berlín, el Festival de Venecia o la Palma de Oro, que al espectáculo de entertainement en que se ha convertido la ceremonia. A los que participan: suerte, y ojalá sus estudios desembolsen lo necesario como para que gente de verdadero talento (como Heath Ledger o Phil Hoffman) se lleven algo a casa más allá del sabor a whiskey caro y pasapolos importados en la boca.


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