Carta abierta a un Bandera Roja caraqueño

Desde lejos lo vi avanzar. Entre carros y humo, más lo segundo que lo primero, se precipitaba hacia la torre Polar en Caracas. Extraño fue —debo admitirlo— el hecho de citar a Iván Rodríguez en el edificio de lo que fácilmente simbolizaba el capitalismo a la venezolana y que éste accediera sin oponer demasiada resistencia. Definitivamente, los tiempos habían cambiado. Para Iván y la gente que piensa como él, los días del tira-pedrismo rebelde y las canciones de Alí Primera y las barricadas hombro con hombro y arriba los pobres del mundo y los esclavos sin pan, todo eso había quedado borrado.

Siempre me preparabas, Iván, lo recuerdo claramente, asegurándome que la guerra ideológica ya venía y los gringos que ya colocaban la bota en Macuto y Noriega y Somoza y Trujillo y toda la historia que se repetiría. Triste final, mi pobre Iván, para un guerrillero que nunca tocó un FAL y sólo pudo babearse en el Museo de la Revolución ante una foto de Fidel con lentes repeliendo a los gusanos en Playa Girón.

Y discutías las diferencias de un revólver y una nueve milímetros, y contabas hambriento la cantidad de anti-revolucionarios que habrían de caer abatidos por tu puntería experta, porque a pesar de no saber la ubicación del seguro de la pistola, el día de la reventazón general nada de eso importaría, ya que si bien Dios no existe el espíritu de los pueblos sí, y es allí donde aparecería el gran Arcángel corrector de nuestros errores, aquél que estaría del lado del bien, de nuestro lado y sabría dirigir las balas hacia el corazón de los corruptos para que muriesen de una vez y sin dolor, eso sí —acotabas— no los de la tribu de Morales, porque está bien clemencia con los sufridos pero esos eran el colmo.

Y me enseñaste una vez, cuando estábamos caminando por El Ávila, el lugar preciso que habías pensado para enterrar los enlatados, conservas y ese tipo de cosas que son tradición en esas lides, e incluso la manera como ibas a esconder las municiones extra, allá en la copa de un árbol a unos cuántos metros de Los Venados, porque cuando viniésemos huyendo de las fuerzas opositoras a un sistema justo llegaríamos exactamente a ése sitio y lograríamos liquidar a nuestros contrarios con la eficiencia antes mencionada, implacable venganza de un pueblo oprimido que gritó basta y se echó a andar.

Y luego te vi, Ivancito, por allá por los días post 27-F, contándome cómo la revolución había sido truncada, cómo tú y tu Bandera Roja habían tratado de sublevar al pueblo miope e inerte prometiendo reformas y justicia. Y reflexionabas con rabia la traición de la gente indispuesta a enderezar a balazos el curso de una historia chueca y manipuladora. Y apretabas los dientes y fruncías el ceño, prometiendo venganza, prometiendo siempre justicia.

Recuerdo también en el año 98 cómo me explicabas contento los beneficios de una revolución pacífica, la organización de los barrios y el pueblo, ahora protagonista. Lo habíamos logrado, me explicabas, o al menos estábamos enrumbados hacia la utopía deseada. Debíamos proteger a capa y espada el sistema de reformas contra los fariseos de la oligarquía, decías, y desenterrar la mala hierba que cundía en cada rincón de Venezuela.

Tamaña sorpresa, Iván, cuando te vi en el dos mil, un poco más arreglado, flux pret-à-porter Dorsay, diciéndome que el gobierno los había traicionado en el Congreso, que era un nuevo cogollo y, lo más sorprendente, que el gran candidato era Arias Cárdenas. Y pintaste con graffiti el centro de Caracas, «Chávez Neoliberal» —recuerdo— y tomabas prestados los discursos de tus amigos del IESA para abogar por la privatización (parcial, recalcabas, par-cial) de P.D.V.S.A. Lejos quedaron los días de la revolución y de la justicia. En un mundo global uni-polar, justificabas, el perfil guerrillero estaba agotado, debíamos luchar por una economía estable, fructífera, basada en alianzas comerciales.

Luego te perdiste por ahí por los días de Carmona, no te vi demasiado, pero reapareciste marchando e incitando a trancar las calles unos meses más tarde. Te vi también tratando de quemar cauchos y alebrestar a la población, «cansada», como me decías, «de un mandatario que les dio la espalda» en varias manifestaciones, incluso tratando de llevar al traste la reunión de la Cumbre suramericana en el Hilton.

Un poco paradójico, no me negarás, el verte mezclado con gente que antes eran tus recontra-archi-enemigos. Hablando con Primero Justicia, por ejemplo. O con antiguos líderes copeyanos, «unidos por intereses comunes», dices. Por supuesto, no quita que unidos al fin.

A mí en lo personal no me preocupa demasiado tu cambio de actitud, no soy quién para juzgar cosas políticas de las cuales no sé mucho. Pero Iván, sólo te escribo para decirte que, en lo que respecta a tu forma de ser, te prefería antes, flemático, lleno de vida, queriendo cambiar las cosas. Ahora cuando hablamos, tu tono pedagógico soberbio que me explica que no conozco el P.I.B. de algún país o las economías de mercado es francamente aburrido y poco interesante.

Entonces hoy, mientras te veo llegar a nuestro encuentro en la Torre Polar me pregunto lo que nunca dudé de ti: ¿Será feliz, Iván? ¿Ahora, con su cara afeitada, ropa planchada, tatuajes cubiertos, curul prometido en el Congreso post-Chavista: será feliz? Y lo peor: ¿Tendrá razón, Iván? Y si es cierto lo que dice, ¿por qué me da un brote de pánico cada vez que evalúo sus ideas y me imagino el sistema que trata de venderme? Espero que sea ignorancia de mi parte Iván. Todos los hombres se equivocan, todos los pensadores rectifican alguna vez. Pero en tu caso, algo queda, un sentimiento de complicidad, de carta escondida bajo la manga, que ha roto toda la confianza sobre la cual reposaba nuestra amistad.

Entonces hoy, mientras te veo llegar a nuestro encuentro en la Torre Polar me pregunto lo que nunca dudé de ti: ¿Será feliz, Iván? ¿Ahora, con su cara afeitada, ropa planchada, tatuajes cubiertos, curul prometido en el Congreso post-Chavista: será feliz? Y lo peor: ¿Tendrá razón, Iván? Y si es cierto lo que dice, ¿por qué me da un brote de pánico cada vez que evalúo sus ideas y me imagino el sistema que trata de venderme? Espero que sea ignorancia de mi parte Iván. Todos los hombres se equivocan, todos los pensadores rectifican alguna vez. Pero en tu caso, algo queda, un sentimiento de complicidad, de carta escondida bajo la manga, que ha roto toda la confianza sobre la cual reposaba nuestra amistad.

Lamento decir que no creo que nos veamos mucho de ahora en adelante. Suerte en tus proyectos.


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