Camus y Sartre: historia de una amistad y el conflicto que acabó con ella

Jean-Paul Sartre y Albert Camus se conocieron en junio de 1943 y en menos de diez años se separarían para siempre en condiciones irreconciliables. El primer encuentro —según Simone de Beauvoir— fue en el estreno de la obra de Sartre Las Moscas. El argelino, que se encontraba atrapado en Francia debido a la ocupación nazi, caminó hasta Sartre y se presentó él mismo. Para entonces ya Camus era una figura pública, El Extranjero había sido publicado el año anterior y «El Mito de Sísifo» llevaba ya un par de meses en las librerías.

Sartre por su parte ya era conocido tanto por su activismo político como literario. Pero la relación entre ambos, que comenzó por afinidad intelectual y política, al igual que la Guerra Fría que estaba por desencadenarse y que eventualmente terminaría distanciándolos, se agotó cuando ambas partes empezaron a evolucionar por caminos diferentes.

Tanto Camus como Sartre eran militantes de izquierda, pero con el fin de la Segunda Guerra Mundial las posibilidades de acción frente a un futuro que se presentaba abierto los colocó en lados opuestos de lo que en apariencia era lo mismo. Y a medida que cada uno empezó a apoyar su frente ideológico ocurrió un enfrentamiento histórico en el que Sartre justificaba la violencia inherente a la revolución social y Camus se oponía a ella. Estas diferencias filosóficas mutaron en enfrentamiento político y en 1952 ambos autores rompieron relaciones y no volvieron a hablarse jamás.

Sartre, quien se había convertido al comunismo (aunque nunca se asoció al partido), le insistía a Camus (quien militaba en el partido comunista desde sus días en Argel) que para revolucionar el orden de las sociedades humanas era obligatorio que ellos —como intelectuales— se ensuciaran las manos. Camus, separándose de la doctrina soviética, le respondió que él no quería ser «ni víctima ni verdugo» y condenó las intenciones de Sartre de obligar a los artistas a comprometerse a expresar sus ideologías políticas como algo —cuando menos— esclavista.

En teoría, la discordia entre Sartre y Camus era filosófica. Las preguntas sobre si la Historia lo era todo o era sólo un aspecto del destino humano, o sobre si la moral era una esfera autónoma o si estaba inexorablemente ligada «al desenvolvimiento histórico y la vida colectiva», formaron parte del duelo entre ambos autores. Pero en la práctica —y para el público en general— las diferencias se debatían en el más mundano campo de la política.

Sartre creía fervientemente en el modelo social estalinista y afirmó que aún con la falta de libertades, el terrorismo de estado y la ausencia de garantías constitucionales, el proyecto era moralmente superior al capitalismo. Por su lado Camus creía que la existencia de estas condiciones convertían al socialismo en un sistema tan condenable como el sistema explotador capitalista.

A pesar de ser casi de la misma edad, Sartre se había vuelto una persona pública antes que Camus, por lo que la influencia entres ambos autores al principio fue unidireccional. Camus supo de Sartre en 1938 después que el filósofo publicó su primera novela, La Nausea.

Entonces Camus ya había publicado dos libros de ensayos —El revés y el derecho (1937) y Bodas (1939)— mientras trabajaba como reportero para un periódico izquierdista argelino, en el cual desmenuzaba con sus críticas la nueva literatura que llegaba a sus manos desde el exterior.

Camus era un lector apasionado, y al leer La Nausea fue inmediatamente impresionado por el talento de Sartre. La Nausea trata sobre la vida íntima de Antoine Roquentin, un intelectual que escribe la biografía de un marqués de la revolución francesa.

Roquentin siente nauseas cuando experimenta el absurdo normalmente escondido detrás de sus rutinas diarias, condición que Sartre logra extrapolar con éxito a la vida mundana de una burguesía en crisis existencial. Sin embargo, Camus consigue en la novela algunos errores de fondo que más tarde se harían más evidentes.

En su crítica Camus escribió que «una novela no es sino filosofía expresada en imágenes» y aunque elogió las reflexiones de Sartre también criticó la debilidad de su prosa. Camus escribió que, por sí solos, cada uno de los capítulos del libro «alcanza una clase de perfección en amargura y verdad», pero que por separado los aspectos descriptivos y filosóficos de la novela «no suman una obra de arte; el paso de uno a otro es demasiado rápido, demasiado inmotivado, para evocar en el lector la profunda convicción de que se está haciendo arte de la novela».

Aunque corrosivo, Camus supo apartar objetivamente estos defectos de forma de las ideas escondidas detrás de la pobre distribución del libro. Por esto más tarde escribió que La Nausea fue el libro que «rompió el equilibrio entre sus teorías y su vida» y al final de la crítica exigió de Sartre una evolución que ampliara su propuesta, describiendo al autor como «un escritor de quien se puede esperar cualquier cosa» y «una mente original y vigorosa cuyas lecciones y trabajos venideros estamos impacientes por conocer».

Da la impresión que a Camus en realidad no le gustó mucho La Nausea, empezando por la falta de balance entre ideas e imágenes y terminando por su «pesimismo» e incluso la pedantería del autor. Pero ya en este primer episodio de la relación entre ambos escritores, Camus revelaba una capacidad de abstracción y apertura mental de la que carecía el pensamiento radical de Sartre, lo cual llevaría al primero a tomar la misma actitud que asumió años más tarde.

Pero no sin antes utilizar la obra de Sartre a su favor como experiencia vital propia. Salvando las diferencias entre ambos, en El Extranjero se evidencia rápidamente cómo los personajes —a diferencia de los de La Nausea— vibran con intensidad humana en una ficción más madura; una que no se aleja de la realidad del lector ni de la filosofía del autor, quien no pretende imponerla como único punto de vista.

El mismo año en que escribió sobre La Nausea Camus tuvo la oportunidad de saborear un nuevo libro de Sartre, El Muro. A diferencia del anterior este fue de su completo agrado y en su crítica incluso comentó que había sido imposible dejar de leerlo una vez que lo comenzó.

No se sabe si Sartre leyó alguna de las dos críticas de Camus antes de conocerlo, pero tras la publicación de El Extranjero este le dedicó 6000 palabras en las que lo comparó con Kafka y Hemingway —dos de sus escritores predilectos— por las mismas razones que Camus le había criticado anteriormente. Sartre describió al libro como una obra «talentosamente organizada» en la que «no hay un solo detalle innecesario».

Obviamente Sartre estaba asombrado por la capacidad narrativa de Camus, quien era capaz de describir una amplia gama de sentimientos con pocas palabras y de hacerse entender sin elaborar demasiado. Pero este talento pronto empezó a sonarle a superficialidad y a ataque personal después que leyó el segundo libro de Camus, El mito de Sísifo.

«No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio», escribió Camus en El mito de Sísifo. «Juzgar si la vida vale o no vale la pena vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía». La sencilla respuesta que millones de seres humanos habían dado al problema existencialista negaba el valor de discutir el tema y apoyaba la teoría de Camus de que nada podía evitar el absurdo de la vida.

Sartre se tomó las opiniones de Camus a pecho. Había estudiado esta escuela de pensamiento de una forma tan sistemática que toda su vida la vivió de acuerdo a estos preceptos, donde el absurdo de la naturaleza del ser es el mismo absurdo de El mito de Sísifo, pero por razones de óptica ambas conclusiones terminan difiriendo completamente.

Criticando a Sísifo, Sartre escribió que Camus en realidad no había entendido la escuela que él representaba. «Camus presume un poco al citar fragmentos de Jaspers, Heidegger y Kierkegaard, a los que, por cierto, no siempre parece haber entendido bien». Y en un giro asombroso llega a denigrar el valor de los estudios de Camus en Argel.

Camus lógicamente reaccionó con asombro a las palabras Sartre, quien no había podido entender el valor de una crítica que para él había sido constructiva y que estaba basada en un trabajo que le había inspirado a seguir con el suyo. Quizás porque por primera vez experimentaba la disección en frío de su trabajo por uno de los filósofos más importantes del siglo XX (tal como Sartre la había sufrido de parte de quien no sería mucho menos), en una carta a otro escritor Camus se preguntó confundido, «También veo que la mayoría de sus críticas son justas, ¿pero por qué ese tono tan ácido?». 

Aunque no se conocían, Camus y Sartre ya empezaban a tener unas sutiles pero profundas diferencias ideológicas que también definieron las posturas que ambos tomarían más tarde dentro de la izquierda. Entre las ideologías de centro-izquierda e izquierda, entre las del socialismo y el comunismo-autocrático. Pero la crítica de Sartre no careció de motivo.

En Sísifo Camus sutilmente expuso la carrera de Sartre como la de un novato y se refirió a él como ese «escritor de hoy en día» en contraposición a grandes pensadores existencialistas como Nietzsche, Schopenhauer, Heidegger y Jaspers. Lo cual debe haber sido una sorpresa para Sartre ya que poco antes Camus lo había descrito como «un gran escritor».

Camus tenía razón en algunas de sus críticas a Sartre pero su principal problema fue verlo como lo que era, un filósofo. Ambos escribieron grandes obras filosóficas y de ficción pero el segundo lo era más que el primero ya que Sartre trabajaba en base a teorías y principios generales, tomando el absurdo como el comienzo de una obra que en cinco años (el tiempo entre La Nausea y El ser y la nada) exploró cómo las actividades humanas constituyen un mundo de significativo existencialismo brutal y sin sentido. Por su parte Camus era principalmente un novelista que estaba más cómodo describiendo situaciones concretas que descubriendo sus orígenes.

Sin embargo es difícil verlos a ambos como seres tan diferentes. Mientras Sartre clamaba por un activismo que Camus criticaba, este último fue quien en realidad arriesgó el pellejo al participar en la resistencia francesa mientras Sartre se dedicó a publicar artículos casi al final de la ocupación que en realidad fueron escritos por Simone de Beauvoir. Mientras Sartre se negó a condenar las purgas antisemitas en Checoslovaquia y la Unión Soviética, Camus hizo lo propio al condenar el colonialismo francés pero sin ejecutar acción alguna que produjera cambios.

En el nuevo libro del académico estadounidense Ronald Aronson, Camus and Sartre: The story of a friendship and the quarrel that ended it, el autor hace un gran trabajo reconstruyendo el desarrollo de la relación entre ambos, el cual es comparable con el choque de ideas entre Simón Bolívar y Francisco de Miranda. Aronson correctamente deja ver la relación Camus-Sartre como lo que fue, una tragedia en la que cada lado estaba «medio en lo cierto y medio equivocado».  Y tras analizar los puntos de vista de ambos escritores concluye que una posición ideológica justa sería un híbrido entre ambas, aunque afirma que en su opinión la visión de Camus sería la más adecuada de ambas.

Diferencias filosóficas por un lado y políticas por otro separaron a Camus y Sartre, pero detalles descubiertos por Aronson revelan que tal vez la relación creció más allá del interés intelectual y que esta circunstancia apresuró la separación de los titanes literarios.

«Sartre y Beauvoir se reunían alrededor de lo que conocían como una famille«, explica el periodista norteamericano Richard Polt sobre la relación Camus-Sartre, «cuya mejor traducción es comuna y que algunos han descrito como un harén en el que todas las combinaciones heterosexuales posibles fueron agotadas, inspirando, por cierto, a Los Mandarines de Beauvoir».

«Bueno, todas las combinaciones menos una. Camus rechazó los avances de Simone de unirse a la fiesta…lo cual no fue la única vez en esta historia en la que Camus demostró tener mejor juicio que Jean Paul Sartre».


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