(Un hombre camina por la calle hacia su trabajo rápidamente con su maletín de trabajo en la mano)
Las 12 del día… Vuelvo a llegar tarde a la oficina… Hoy más que nunca. Seguro que me echan del trabajo… De hoy no paso. Han tenido hasta el detalle de llamarme a mi casa. ¡Vaya detalle! ¿Por qué llego tarde últimamente a todos los sitios? Ni siquiera salgo por las noches. No lo entiendo. Siempre me acuesto temprano, no me gustan las juergas, apenas salgo, no sé qué me pasa.
Por fin llego a la oficina… De esta no salgo… Señor, ¡ayúdame!
—¡Buenos días! —le digo a la señorita de la recepción. Ella responde sin verme.
—El Señor Alfredo me ha ordenado que le avise que tiene una reunión con usted —dice mecánicamente.
El despido es inevitable. Lo peor es que no sé que decirle. Lo mío no es razonable ni siquiera para mí.
—El Señor Alfredo le espera… puede pasar —repitió la recepcionista, esta vez viéndome con desprecio.
La oficina esta llena de trabajadores que me miran y que han llegado a la hora. Casi noto una media sonrisa en sus bocas. Saben a donde voy y saben como va a acabar esto. Lo saben tanto o más que yo.
La puerta del Jefe… Estoy a tres pasos de sobrepasarla y mi corazón se dispara. ¿Por qué? Debo de estar tranquilo. Es sólo un despido más, ya encontrare otra cosa, siempre hay algo. ¿Cual podría ser un guión aceptable?. Da igual. Afrontemos lo que venga.
(El hombre entra al despacho y allí esta el Señor Alfredo, sentado en su sillón de piel frente a la mesa, ordenando papeles)
—Siéntese por favor, lo esperaba desde hace horas —dice el Jefe en tono sarcástico.
Tomo asiento y lo único que intento es que no me vea nervioso. Eso podría llevarlo a aprovecharse totalmente de mí. Me tranquilizo y respiro profundamente, pero todo es inutil.
—¿Cuánto tiempo lleva trabajando para esta empresa? —me pregunta el Jefe.
—2 meses y medio… creo… —respondo sinceramente.
—¡2 meses y medio! ¡Vaya! Es curioso…
El Jefe hace una pausa esperando a que yo pregunte algo y sin poder evitarlo muerdo el anzuelo.
—¿Qué es lo curioso señor? —pregunto extrañado.
—Lo curioso es cómo en los 2 meses que lleva trabajando en esta empresa seria usted ha hecho lo que le da la gana. Viene a la hora que le place, no termina su trabajo y no es capaz siquiera de echar ninguna hora extra para recuperar las horas perdidas. Para mí, el tipo de gente como usted no debería de existir —hablaba el Jefe sin parar, y de repente, lo que parecía un despido normal y corriente se convirtió en algo exagerado que no era como para quedarse callado exactamente.
—Los irresponsables como usted deberían de estar todos juntos en una isla desierta, en una celda, en una cárcel, en un manicomio, donde no hubiera salida… donde al final acabaran todos matándose a cabezazos porque es lo único que saben hacer. Su irresponsabilidad les ciega… son unos vagos… son unos… son unos…
—Cálmese, ¿no? —le respondí— ¿Qué es lo que le pasa? Si me va a despedir hágalo de una buena vez, pero su palabrería está sobrando. Quizás llegué tarde, pero a mi nadie me falta el respeto por muy jefe que sea —concluí medio calmado.
—El primero que no debe faltar el respeto es usted. Todo lo que usted hace en esta empresa es una falta de respeto para todos, y eso hay que pagarlo.
(El Jefe abre el cajón, saca una pistola y apunta al empleado)
—Todo en esta vida tiene un precio, y el precio que tenemos cada uno hay que ganárselo. ¿Sabe usted cuál es su precio? —dijo el jefe con mirada fija y rabiosa.
No entiendo lo que pasa… Me apunta con una pistola. ¿Estaré soñando? Esto se ha ido de las manos… desde el principio.
—¿No sabes?… Pues entonces yo le diré cuál es su precio. Su precio es nada, mientras que el de esta empresa es comparable al del petróleo y el oro, usted aquí no es nada, es basura y la basura no puede estar aquí, debe de estar con la basura en el basurero.
(El Jefe dispara, pero la pistola no está cargada)
¡El hijo de puta ha sido capaz de disparar y ahora busca las balas! pienso, y decido que es el momento de huir.
—¿A dónde vas cobarde? No huyas desalmado… ¡No huyas!
(El empleado sale corriendo del despacho, cierra la puerta y vuelve a andar con calma hasta el pasillo de salida)
Esto es de locos, aún no me creo lo que ha pasado, pienso. Ni siquiera recuerdo como ha empezado esto. Los empleados me siguen mirando y su sonrisa es aún mayor, no lo entiendo. No sé qué pasa. Esto no puede ser real.
Llego a la recepción, ya puedo ver la salida. La luz del sol quizás me despeje. Pero entonces el jefe me ataja.
—Caballero —me dice la recepcionista—, ha dejado su maleta de trabajo en el despacho del Señor Alfredo y me ha dicho que vaya usted a recogerla.
—Dígale al Señor Alfredo que se la puede quedar, no creo que vuelva a pisar esta empresa de locos nunca más.
Son las 11 de la noche, me siento cansado. Pondré el despertador a la hora de siempre… a las 7 en punto. Empezaré temprano a buscar trabajo. Necesito descansar. Hoy ha sido un día muy raro.
(En breve el ex empleado se queda dormido. Pasa la noche y llega el día. Suena el teléfono).
¿Qué hora es?… pienso. Miro el despertador. ¿Las 5 de la mañana? No puede ser. Uff, todo era un sueño. ¡Las pilas! ¡Es de día! ¿Quién será? (Cojo el teléfono).
—¿Quién es? —pregunto.
—Le llamo desde la empresa en la que trabaja… le comunico que tiene una reunión urgente con el Señor Alfredo —era la voz de la recepcionista de la empresa.
—Vale, voy para allá… eh… Sólo una cosa… ¿Qué hora tiene usted? —pregunto.
—Las 11:45.
¡Dios mío! Es tardísimo, ahora si de esta no salgo. Seguro que hoy me echan del trabajo.
Mientras habla solo, el hombre se viste rápidamente, hasta que está listo para salir de su casa. Pero antes de salir se detiene. ¡Un momento!, piensa. Me falta lo más importante. ¿Dónde estará?, se pregunta mientras corre por toda la habitación hasta que consigue lo que busca.
—Aquí está… lo de anoche fue un sueño pero hoy quién sabe.
El hombre abre la puerta de su casa y antes de salir deja caer su pistola dentro del maletín, y mientras cierra con llave se repite a su mismo una y otra vez, por si acaso, solo por acaso…
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