«Su intelecto claro y criterio agudo ha ayudado a establecer nuestras políticas en la guerra contra el terror, él siempre me da su franca opinión; él es la voz tranquila y segura en tiempos de crisis. Él posee el principio inquebrantable de respetar las leyes». George Bush describiendo a Alberto Gonzales el 11 de noviembre, 2004.
«Trabajaré duro para sobrepasar su record [de John Ashcroft]». Alberto Gonzales, el mismo día.
«Como consejero de la Casa Blanca, Gonzales fue el arquitecto de la política de George Bush de colocar a los detenidos en la guerra contra el terrorismo más allá de la protección de cualquier ley. Esa política abrió las puertas a la brutalidad contra los detenidos en Irak, Afganistán y Guantánamo y procedimientos legales injustos contra los mismos». Human Rights Watch.
Para los hispanos en los Estados Unidos siempre es motivo de orgullo cuando alguno de los nuestros logra colarse dentro de la competitiva sociedad norteamericana. Y con, los nuestros, me refiero a toda la gama de nacionalidades que hacen de la hispanidad ese gamelote cultural que en el país del norte demasiado a la ligera clasifican en general como latinos, incluyendo a los españoles.
Sin embargo, tenemos que ser cuidadosos de no caer en fundamentalismos a la hora de apoyar a uno de los nuestros, sólo y simplemente por eso, porque en algunos casos se nos puede estar tomando el pelo. Y a veces mucho más que eso.
Este es el caso del consejero legal de la Casa Blanca y candidato del presidente Bush a Fiscal General de los Estados Unidos, el abogado mexicano-americano Alberto Gonzales, último «gran ejemplo para nuestra juventud» como leí recientemente en un periódico hispano neoyorquino. A pesar de lo profesional, lo chaparrito y lo marrón, Gonzales es lo más alejado de un hispano ejemplar que puedan ver caminando los cincuenta estados.
Gonzales, a quien Bush ha descrito como su amigo personal, ha sido consejero del presidente desde que este era gobernador en Texas, y entre sus facetas políticas tiene la contradictoria característica de ser republicano, conservador y además, ultra-derechista, características que ha sabido ocultar bien para ganarle el voto latino a sus compañeros de partido.
Sin embargo, gracias a que las cosas en los Estados Unidos no son tan sencillas como a veces parecen, su confirmación para el cargo por el Congreso de los Estados Unidos ha abierto un pote de gusanos que hacen ver a su posible predecesor, John Ashcroft, como el monstruo come galletas de Plaza Sésamo, y al presidente, una vez más, como lo que en realidad es: una pequeña pieza en el incomprensible planeta llamado Washington.
Porque la nominación de Gonzales, tiene poco que ver con su record académico y mucho con la intención de maniatar a la tolda demócrata, que incapaz de atacar directamente a un latino por miedo a ser tildados de racistas, deben tratarlo con guantes de seda.
Por lo que para poner nuestro granito de arena y evitar que el desconocimiento por parte del votante latino sobre el record de Gonzales en algún momento convierta a este «ejemplo» en «líder», empecemos con algunos datos biográficos disponibles en el website la Casa Blanca. Nada fuera de lo común, of course.
Como la mayoría de los inmigrantes mexicanos, Gonzales viene de los fondos más bajos de la sociedad norteamericana. Criado en Houston, Texas, es el segundo de los ocho hijos de Pablo y María Gonzales. Su padre era un obrero y al igual que su madre, y sus abuelos, los primeros en emigrar a los estados Unidos, nunca pasaron de la escuela primaria.
A pesar de las carencias de las que sin ninguna duda Mr. Gonzales debe haber padecido, fue un estudiante destacado durante su bachillerato en el MacArthur High School de Houston, y al graduarse se enlistó en la Fuerza Aérea en 1973, donde tras servir dos años, aplicó y fue aceptado en la Escuela de Aviación en 1975.
Entre 1977 y 1982, Gonzales dedicó sus energías a obtener títulos universitarios, graduándose en Ciencias Políticas en la Universidad de Rice y de abogado en Harvard. De sus ocho hermanos, el sería el único en obtener una educación universitaria. En el ínterin, se casaría y divorciaría y volvería casar con su actual esposa, Rebecca Turner. Con esta tiene tres hijos.
Entre 1982 y 1994, Gonzales trabajó para la firma de abogados tejana Vinson and Elkins, de la cual eventualmente se convirtió en socio, hasta que fue elegido en 1997 por George W. Bush, entonces gobernador de Texas, para ser Secretario del Estado y posteriormente, en 1999, juez de la Corte Suprema de Texas. Y cuando George Bush ganó las elecciones en el 2000, lo trajo consigo a Washington como su asesor.
Una de las primeras cosas que salieron a luz pública con las investigaciones fueron los nexos entre Gonzales y el conglomerado energético Halliburton, infame ex patrono del vicepresidente Dick Cheney; y la desaparecida multinacional Enron.
Durante las últimas tres campañas de reelección de Gonzales a la Corte Suprema tejana, Halliburton, entonces encabezada por Cheney, fue su máximo donante, ya fuera directamente o través de sus múltiples empresas afiliadas. Halliburton y Gonzales ya se conocían «de atrás». La empresa había sido uno de sus principales clientes durante el periodo en que Gonzales era socio de Vinson and Elkins.
Sin un panorama político aún definido, Gonzales se «especializó» en los casos de Halliburton elevados a la Corte Suprema tejana, ya fuera decidiendo a favor de la empresa, o rechazando las apelaciones sobre decisiones que desfavorecían a Halliburton. Coincidencialmente, las contribuciones de Halliburton, sus afiliadas o sus ejecutivos, empezaban a rodar apenas un caso llegaba a manos del honorable.
Cuando Bush fue elegido presidente de los Estados Unidos para su primer periodo por una Corte Suprema mayoritariamente republicana, el caso lució como una «primera vez». Pero el record de Gonzales sugiere que la estrategia del presidente de utilizar compadres en posiciones claves del sistema de justicia para asegurarse victorias es de vieja data.
Por su actuación como magistrado Alberto Gonzales fue premiado con la asesoría personal del entonces gobernador Bush, y en 1996 ayudó por primera vez a quien entonces se perfilaba como candidato a la presidencia, a llegar a la Casa Blanca. Seleccionado como posible jurado de un caso en Texas, Gonzales excusó a Bush arguyendo un conflicto de intereses por su capacidad de indultar a quien tendría que juzgar.
La excusa, más tarde descrita por el fiscal del caso como «risible», fue aceptada por el tribunal como simple cortesía al gobernador. Hubiera sido Bush escogido como jurado, habría sido objeto de una investigación personal que hubiera descubierto su consumo de cocaína, su arresto por conducir borracho, etc, etc, etc. Todas cosas que sólo se harían públicas demasiado tarde en la campaña electoral, cuando el partido republicano exitosamente la desechó como guerra sucia.
Gonzales, sin embargo, no llegaría a las primeras páginas de los periódicos hasta que estalló el escándalo sobre los abusos de los prisioneros de guerra iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, que dejó al descubierto que el autor intelectual de tales arbitrariedades, y de las detenciones sumarias e indefinidas de los prisioneros de guerra en Afganistán y Guantánamo no era John Ashcroft, ni Donald Rumsfeld, y ni siquiera Dick Cheney, sino el honorable Alberto Gonzales.
En lo que ahora se conoce como el «Memo de Gonzales», en enero del 2002 su autor explicó al presidente Bush las razones y ventajas de porque los «enemigos combatientes» de la guerra contra el terrorismo debían mantenerse al borde de la Convención de Ginebra y sus normativas sobre el tratamiento de prisioneros de guerra.
En el documento Gonzales afirma que en su opinión los acontecimientos del 11 de septiembre del 2001 «vuelven obsoletas las estrictas limitaciones [de la Convención de Ginebra] sobre el interrogatorio de prisioneros de guerra y convierte en arcaicas algunas de sus provisiones». Y además, como esta fue escrita hace más de cincuenta años no contempla el nuevo tipo de guerra que ahora lleva a cabo la Casa Blanca, la llamada guerra contra el terrorismo. Razonamiento que utilizó el presidente Bush para afirmar que los Estados Unidos sólo aplicará la Convención «en cualquier caso que ocurran hostilidades con fuerzas armadas regulares extranjeras», es decir, la misma excusa que utilizaron los nazis para destruir organizaciones «terroristas» en la segunda guerra mundial como la Resistencia Francesa.
Mr. Gonzales, a pesar de ser un hombre muy inteligente, en el memorando expresa como la edad de la convención hace difícil entender el significado de cosas como «ultrajes a la dignidad personal» y «tratamiento inhumano», y que lo mejor es determinar su inaplicabilidad para evitar responsabilidades en el futuro y ser capaces de obtener información de los prisioneros de forma más efectiva.
Con el consejero del presidente teniendo problemas para entender lo que significa «ultrajes a la dignidad personal», no es ninguna sorpresa que el personal subordinado en Abu Ghraib creyera que lo que estaba haciendo era «una broma».
Sin embargo, la posición de Gonzales no es una novedad. Durante el periodo que George Bush fue gobernador, las cortes de Texas ejecutaron a 152 personas, record sin precedentes en la historia de los Estados Unidos. En un tercio de estas ejecuciones, Gonzales fue el encargado de actualizar al gobernador sobre los casos que podían merecer una segunda opinión.
El objetivo de estas «actualizaciones» es verificar que las sentencias fueron dictadas ajustadas a derecho o si existe algún atenuante ignorado por las cortes, basándose en el principio de que inclusive el sistema de justicia puede cometer errores, como los ha cometido en muchas ocasiones.
En opinión de Gonzales, sin embargo, esto no es posible. Todos los prisioneros condenados a pena de muerte que terminaron en manos de Gonzales y Bush, incluyendo posibles casos de retardo mental, defensa inadecuada e imparcialidad, recibieron su merecido ese mismo día.
No por nada Amnistía Internacional publicó un reporte en 1998 titulado «Injusticia Letal«, donde afirmaron que «en cada paso del proceso de pena de muerte en Texas, una letanía de bastamente inadecuados procedimientos legales fallan en alcanzar los estándares internacionales mínimos de protección de los derechos humanos».
Es realmente reconfortante saber que un hombre con un concepto claro de lo que es clemencia, justicia e igualdad, como Gonzales, puede ser el que comande la Administración de Justicia de los Estados Unidos por los próximos 4 años.
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