Acoso publicitario

En mis ratos de ocio, cuando me da por pensar qué es lo que anda mal en nuestra sociedad, pienso en la imagen que nos vende la izquierda del cerdo empresario capitalista: un gordo sonriente que fuma un habano, medio calvo (el estrés del trabajo), que engaña a su esposa con la secretaria (los capitalistas no tienen moral).

Por supuesto que esta imagen ha sido abolida más o menos desde los años ochenta, cuando nos dimos cuenta de que todo no era tan blanco o negro, y que existen empresarios osados, que crean avances tecnológicos y desarrollan la sociedad, aunque por supuesto que los hay que corresponden a la vieja imagen. Pocos o muchos, no lo sé, pero basta pasearse un poco por un centro comercial para toparse con uno de estos frustrados, que sublima toda su vida con dinero y consumo.

A estos energúmenos me refiero cuando pienso en las estrategias de acoso publicitario que se implementan hoy en día. Me explico: el “mundo feliz” de esta gente es un sueño en el cual te levantas en la mañana bajo las sábanas de “Batman”, te cepillas los dientes con un cepillo “Batman”, sales de tu casa con el bolso “Batman”. Cuando pasas la tercera parada de autobús decorada de “Batman”, vas al McDonalds y pides el combo cajita feliz “Batman” para tu hijo, quien quiere el muñeco fabricado en la maquiladora filipina. En la noche vas al cine y ves… Pues “Batman”, por supuesto.

Poco importa que ya hayas visto la película y te haya parecido una basura, de los afiches, vallas, revistas, entrevistas, programas de televisión, radio, la música para película, y demás merchandising, no te salvas ni que corras más rápido que Flash.

Mi pregunta es sencilla. Yo entiendo que las productoras de cine inviertan 20% del presupuesto en publicidad y que esa es la lógica del negocio o de la estupidez humana: mientras más bombardees a las amibas (llamados “ciudadanos”) con mensajes para que gasten su dinero en porquerías de todo tipo, pues más probable es que lo hagan. Lo que yo reclamo es: ¿No tenemos nosotros el derecho de escoger el no ser víctimas de éste acoso publicitario?

Coloco un ejemplo. Dependiendo de la ciudad en la que viva el lector, la magnitud de la publicidad ha sido más o menos la misma, aunque con matices: La nueva película de “Harry Potter” comenzó a colocar vallas, afiches y demás dos meses antes (¡dos meses!) de su estreno. Es decir que voy por el metro, caminando por un pasillo, y el pasillo repentinamente se ha convertido en la pesadilla Harry Potter, las empresas han comprado absolutamente todos los espacios en un pasillo de diez a veinte metros, por lo cual lo único que ves, aparte de los demás usuarios corriendo despavoridos, es al actor Daniel Radcliffe, mirándote con gesto acusador y a punto de hechizarte, si fuera posible.

Ahora bien, mi problema está en que no pienso ver Harry Potter. Simplemente no me interesa. No vi ninguna, no me leí ningún libro, no me interesa el tema, ¿por qué la tengo que ver? Sin embargo, las vallas te hacen sentir que tienes que ver la película, a riesgo de perderte un evento cultural sin precedentes.

Llegamos al centro de mi discusión: la diferencia entre lo público y lo privado. Esta discusión, nada nueva, fue una de las bases de la civilización griega y una eterna polémica, ¿dónde termina lo público y empieza lo privado? ¿Dónde “tengo el derecho de” en privado y dónde tengo que tomar en cuenta los demás? ¿Qué es un espacio público?, y miles de preguntas más para filósofos y ociosos (perdonen el pleonasmo).

El sentido común nos diría que, más o menos, “espacio público” es todo de la calle hacia allá y por lo tanto campo de batalla publicitario, presto a ser devorado por la jauría de empresarios que quieren, porque sí, que te compres el disco de Shakira, no porque es bueno, sino porque lo viste demasiado en las vallas y entrevistas. En todo caso, yo no tengo nada en contra de que se me “ofrezca” un producto, que se me haga saber que existe. ¡Pero un pasillo lleno de Harry Potters, por Dios! Eso es llevar las cosas al extremo. Una cosa es ofrecerle a un niño la cucharilla de puré, otra muy distinta el enterrársela por la garganta.

Sin embargo, aunque el lector no lo crea, estos “límites” entre lo público y lo privado están siendo atacados por una publicidad que ya ni siquiera se puede tildar de “acosadora” sino de grosera y de mal gusto. Hoy en día, gracias al precepto analfabeta de que “todo se vende” encontramos actitudes corporativas que a lo único a lo que se dedican es a explotar la miseria de la gente. Por ejemplo el sitio internet tatad.com, que se dedica a vender piel humana para que su empresa la tatúe. Aquí, usted puede comprar el brazo de un bartender, el pecho de un instructor de gimnasio o la nalga de una modelo en hilo dental para colocarle el logo de su compañía. Es decir, que luego de suscribirse, usted puede colocar “El Nuevo Cojo Ilustrado” en la cintura de una chica universitaria que necesita dinero para pagar sus estudios. Ella se compromete a usar franelas cortas y lucir su logo en todo el campus, a cambio de una módica suma.

Por supuesto que los tatuajes no son permanentes. Se desgastan con el uso y luego se borran. Lo cual nos lleva a la indeleble estupidez humana: la necesidad, siempre, de embarrarse en el vómito de los demás; es decir, la aparición de un pendejo dispuesto a llevar el debate a otro nivel.

Brent Moffat es un desequilibrado conocido por poseer el récord mundial de piercings en el cuerpo. No contento con eso, se le ocurrió la brillante idea de subastar su frente en e-bay para hacerse un tatuaje permanente. La compañía GoldenCasino.com lo compró por 10 mil dólares, por lo cual ahora este señor tiene el logo de la empresa en su frente. Para siempre.

En la página web de subastas de Golden Palace.com, encontramos un verdadero circo de anormales: una señora sin dinero, que subastó su nombre y ahora se llama “Golden Palace.com” (le dicen “Goldie”), una dama sin recursos que le puso de nombre a su bebé recién nacido “Golden Palace.com”, aparte de todo tipo de branding (quemar a la gente para marcarla con hierros calientes) y hasta unas vacas, las cuales fueron pintadas con el logo de la empresa.

Son brotes de estupidez, decimos todos. Lamentablemente, en este extraño mundo, la estupidez engendra estupidez, basta con ir a google y colocar “forehead tattoo” o “permanent tattoo” para ver la cantidad de desgraciados que ahora andan por ahí con el nombre de alguna empresa tatuado en su cuerpo. Incluso, dos imbéciles en Iowa escucharon al discjockey ofrecer 30 mil dólares si se tatuaban el nombre de la radio en la frente. Lo hicieron, y cuando fueron a reclamar su dinero a la radio, el discjockey les dijo que no era en serio. Están demandando a la radio, ya que dicen que ahora no consiguen empleo pues tienen la frente tatuada.

Lo que más me preocupa no es la actitud de la gente, sino la explicación de sitios como Golden Casino, que justifican esto diciendo que están “ayudando” a la gente a salir de abajo. Que la culpa no es de ellos, que compran un bebé recién nacido para llamarlo Golden Casino, sino de la madre que lo vende. Yo no sé en qué época vivimos. Pero explotar la miseria humana, el hambre, el desespero y la estupidez de alguien capaz de vender su barriga, su nombre o su hijo no es la actitud más cristiana que haya en el mundo.

La verdad es que el sistema vomita gente. Por todos lados aparecen excluidos, gente desesperada que ha renunciado a su sueño, aceptando que la vida en esta tierra es horrible y desoladora. Tal es la lógica de la competencia, no podía ser de otro modo. El golpe de gracia está en reintegrarlos al sistema, momentáneamente, para burlarse de ellos, tatuarles la frente, cambiarles el nombre, humillarlos y reconfortarlos con unos cuántos dólares.

¿Cuánto vale tu alma?, parecen preguntar estas corporaciones. No es de extrañar que sean las primeras a rasgarse las vestiduras y dar dinero para caridad o “querer ayudar” a estos miserables, sin preguntarse qué fue lo que los hizo tan miserables en un principio. Reciben las iniciativas de ayuda con fervor, para lavarse las manos y decir que “son buenos” y les interesa ayudar, pero cuando se trata de discutir los métodos que aplican, los salarios que pagan o sus políticas de acoso publicitario, es imposible hablarles. Políticas, que son las que tienen a esta gente en su condición miserable de partida.

¿Cinismo? “Claro que no”, espeta el empresario gordo del tabaco mientras negocia la piel de otro ser humano. Quisiera ver el día en que estos individuos no den más, sean acorralados y “se les deje escoger” tatuarse.

En fin, parece que el precepto es que todo espacio se puede comprar, público o privado, para cualquier fin publicitario, sin importar los demás. Me pregunto cuánto va a durar el jueguito. Aunque admito que me preocupa. Si salgo a la calle y veo a alguien tatuado de “Harry Potter” en la frente, me mudo de planeta. Al menos hasta que llegue Spiderman 3, o X-Men 3, o Hulk 2, etc.,etc., etc.


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