A propósito del Talibán

En un ensayo firmado por Carlos Jáuregui de la Universidad de Pittsburg, titulado «Calibán, ícono del 98. A propósito de un artículo por Rubén Darío«, donde este desmenuza el artículo «El Triunfo del Calibán» saltan a la vista las increíbles similitudes entre la situación actual del Oriente Medio y la Latinoamérica de finales del siglo XIX y casi todo el siglo XX. El pensador nicaragüense Rubén Darío escribía en «El Triunfo del Calibán» su rechazo a la creciente influencia yankee en América Latina de forma radical, lo cual Jáuregui sabiamente califica como el peor temor de la generación modernista.

Hoy en día, el mismo concepto puede emplearse a los países amenazados por la empresa bélica que los Estados Unidos pretende implementar para «solucionar» los problemas de la región, y que ha dado a luz a los grupos armados independientes como el que estrelló aviones comerciales en la torres gemelas de Nueva York y en el Pentágono en Washington.

El sentimiento de rechazo que Rubén Darío expresa contra el país del norte, no es gratuito, tomando en cuenta que las invasiones a México, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Cuba y Puerto Rico ya se habían materializado. Pero el detalle más interesante radica en la conexión que Rubén Darío siente hacia el pasado colonial español, haciendo de España la madre patria romántica que en realidad nunca existió y que de hecho, había sepultado a más americanos en las guerras independentistas que acababan de terminar que los Estados Unidos en sus campañas expansionistas recientes.

Este apego a la latinidad que nos procuraba el pasado español tiene rasgos de excusa en el artículo de Rubén Darío, quien sin darse cuenta, y sin disminuir el valor literario de su prosa, parece ser más el producto de una forma de sublimación de la identidad patria en búsqueda de erguirse sobre la fuerza irresistible de una nación que parecía, según sus propias palabras, dispuesta a saciar su glotonería con cuanto territorio necesitara para expandir su influencia en pos del mercado.

Pero siendo nuestras naciones apenas «proyectos de» cuando los Estados Unidos se levantaba como potencia hemisférica, sus pretensiones imperiales aplastaron cualquier indicio de sublevación con la maquinaria militar que sobrepasaba con creces a la de cualquier otro estado americano.

Hoy en día, las culturas orientales parecen estar reaccionando de igual manera que el movimiento modernista a la amenaza americana, asiéndose a su pasado teocrático para levantarse contra un estado más poderoso. Rubén Darío utilizo los mismos epítetos para describir al gobierno de Washington (materialistas, bárbaros, vulgares) que hoy en día usan los movimientos extremistas orientales. Al igual que en Afganistán, Pakistán, India y Palestina, surgieron de Latinoamérica grupos aislados de resistencia, que aún hoy en día existen en Colombia y México. Uno de los mejores ejemplos de esta resistencia armada la encontramos en el nicaragüense Augusto «Cesar» Sandino, quien a través de la masonería aprendió acerca de las ideas revolucionarias radicales que en ese momento prosperaban en Europa, tales como el anti-imperialismo, anti-clericalismo, anarquismo, comunismo, así como del liberalismo, socialismo y la glorificación de su pasado indígena. A manera de referencia, el proceso nicaragüense y el venezolano de hoy en día tienen más en común de lo que a simple vista parece. En búsqueda de la identidad regionalizadora que parece abundar donde quiera que un marine pone pie en tierra, Sandino llamó a uno de sus proyectos: «Plan para la realización del sueño de Bolívar».

La línea dura o extremismo de los grupos armados del Medio Oriente fue llamado en Latinoamérica pan-hispanismo y latinidad. Ambos son movimientos de nostalgia: uno hacia el «glorioso» pasado colonial español y otro hacia el desaparecido liderazgo internacional francés. Pero en el mejor de los casos hay sólo un lamento porque, tras años de guerra de independencia, sólo habían logrado remplazar un imperio por otro.

El medio oriente, ha sido, desde Alejandro Magno hasta Churchill, pisoteado por culturas que han irrespetado su idiosincrasia. No ha sido hasta el siglo veinte cuando por fin ha logrado tener voz propia en el foro de naciones. Sin embargo, sus gobiernos actuales no han sido mejores que las colonias del pasado, por lo que los problemas sociales y económicos son atribuidos a quienes de una forma u otra han influido o pretendido influir en los asuntos internos de cada estado.

Los Estados Unidos tiene una historia más bien reciente de intervención política en el Oriente Medio, pero esta exposición lo hace heredero ante los ojos de la generación viva actualmente de las diversas ocupaciones europeas desde la invasión helénica de hace poco más de 2000 años. Pero como no hay posibilidad de resistencia, al igual que en el caso latinoamericano, al menos no a través del uso de los recursos diplomáticos actuales, la respuesta ha sido la sublimación de la identidad a través de lo más sagrado y glorioso que han conservado de su cultura, que es la religión.

El movimiento Talibán, Al Qaeda y todo otro grupo de los denominados terroristas son consecuencia forzada de la historia de sus naciones y la impotencia política dentro y fuera de sus países. En Afganistán, los excesos cometidos por el régimen Talibán pueden ser atribuidos entre muchas otras razones a la negativa radical a recorrer el mismo camino del resto de las naciones del mundo, que consideradas enemigas debían estar en contraposición rígida en todos los aspectos. Por supuesto que esta línea de pensamiento lleva a todas partes menos al desarrollo y por consiguiente al posterior deterioramiento de la infraestructura nacional, la represión y finalmente a la agresión como búsqueda fútil del rescate del respeto y la identidad.

En Latinoamérica, las políticas expansionistas norteamericanas y el escape hacia lo europeo como forma de identificación, llevo a la aceptación temprana de ideologías como la comunista y en casos a arrebatos de orgullo como en el caso de la Guerra de las Malvinas. Pero las peores consecuencias pueden verse en los gobiernos actuales, donde todavía se reconocen las huellas del pasado colonial. Países controlados por minorías, racismo, pobreza y la sensación de imposibilidad de cambio que no hacen más que aumentar el rencor hacia países en mejores condiciones económicas al sentirse explotados inclusive cuando, como hoy en día al contrario de hace unos años, venden bienes de consumo o materia prima como cualquier otra nación que se dignen de criticar.

Este resentimiento y atrincheramiento en los valores tradicionales como escape a las amenazas de tras-culturización y colonización pueden existir para siempre, aunque las condiciones que las crearon cambien o desaparezcan.

Un amigo profesor de la universidad de Granada en España me cuenta que debido a la cercanía, su universidad participa en diversos tipos de intercambio educativos con Marruecos. En uno de estos viajes fue invitado a una cena en casa de uno de los decanos de una universidad local. Tras la cena y charlando en la sobremesa, él notó que sobre una repisa, una caja de vidrio guardaba una llave antigua. Al preguntarle a su anfitrión por el origen de la antigüedad este le vio a la cara, y tras una pausa le confesó que esa llave había estado en su familia desde antes de que empezaran a conservar su árbol genealógico.

Es el seguro de la casa de mi familia en Al-Andalus.

A mi amigo le impactó la revelación. Al-Andalus es la actual Andalucía, de donde los Moros fueron expulsado hace casi trece siglos.

¿Y cómo es eso? le preguntó mi amigo  ¿Y cuándo piensas regresar?

Yo no. le respondió el marroquí No es el momento. Ese privilegio se lo dejo a mis nietos.

Lo mismo he escuchado de bocas mexicanas y argentinas en los Estados Unidos acerca de sus territorios perdidos. Quizás no esté lejos el día en que tengamos que cambiar de mapamundi nuevamente.


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