¿A dónde va el cine francés?

Pasada más de la mitad del año, el cine francés del 2004 presenta unos resultados por lo mínimo embarazosos: desde un punto de vista taquillero, se amontonan los fracasos colosales (Atomic Circus, Nos amis les flics, RRRrrr! fueron todas superproducciones que se las llevó el viento), y desde un punto de vista crítico, la mitigada respuesta de un país conocido por aupar las peores mamarrachadas Made in France reposa sobre la sequía francesa en Cannes y en prácticamente cualquier festival al que se vaya. Cabe hacerse la pregunta: ¿A dónde va el cine francés?, o más bien, dónde diablos está, ya que algo inexistente no puede ir a ningún lado.

La verdad, queridos amigos, es que lo único que mantiene a este país produciendo es la extraña ley dos por uno, que protege al cine francés de las arremetidas gringas y demás. No es de extrañar que, viendo el box-office francés de los últimos meses, haya apenas una película de éste país entre las diez primeras (Les choristes). Sin embargo, bien es sabido que Francia no es reputada por su creación come-cotufa de películas de acción tipo Spider-Man o El Señor de los Anillos. No, el francés es reflexivo, penetrante, hasta aburrido; aquí de lo que estamos hablando es de Goddard, Lelouche, Klapisch y pare de contar. Aquí no hay Scary Movie ni American Pie ni nada de esas cochinadas, en Francia todo es dilema, filosofía existencial y cejita levantada por encima de los lentes de pasta.

De todos modos, quisiera aventurarme en un pequeño recuento —sesgado, claro está, pero no del todo— de los últimos acontecimientos cinematográficos en Francia. Por ejemplo, el hecho de que los distribuidores no comprasen la película Jackass ya que nadie la querría ver. Aquí son todos intensos, ¿se acuerdan? Pues resulta que no. Resulta que Michaël Younn, un especie de Luis Chataing francés pero con cien puntos de IQ menos, saltó sobre la noticia y filmó una película Jackass francesa (Les onze commandements). Por supuesto que fue un éxito rotundo de taquilla, acompañado de la canción especial que hicieron para la película, comme un connard, que podría traducirse a «como unos huevones», o «como unos pajúos». Claro que estuvo en la Hit-Parade sopotocientas semanas, atormentando a los ciudadanos decentes como yo.

En cualquier caso, esto es sólo un ejemplo. Vayamos a los hechos: La película del año en Francia ha sido, hasta ahora, Podium una comedia sobre la vida del cantante Claude François. Obviamente, para alguien que no conozca a éste tipo o a su música setentosa, la reacción es la misma que una comedia sobre Trino Mora vista por un senegalés. O sea, nula. Lo demás ha sido verdadera basura: Atomic Circus, con el mismo actor de Podium no la vio ni Johnny Depp, el esposo de la protagonista Vanesa Paradis; Nos amis les flics con el genial Daniel Auteil murió entre el desinterés general y la tendencia a sacar películas sobre el dilema del matrimonio y los hijos (Ils se marièrent et eurent beaucoup d’enfants, Mariées mais pas trop, J’me sens pas belle, Mensonges et trahisons, y pare de contar).

Entonces, ¿dónde está el cine francés? Francamente, hay que admitir que, al menos desde el punto de vista creativo, hay una sequía bárbara. Aparte de las películas underground tipo Irreversible (Gaspar Noé) que nadie ve, o la ya distante La pianista, tenemos que admitir que lo que caracteriza a este país es una inmensa cantera de actores excepcionales, pero una falta de dirección o una falta de propuesta en el mejor de los casos. La internacional Swimming Pool era un desastre a nivel de guión, salvada solamente por las actuaciones de las actrices. De la misma manera, Daniel Auteil se pierde haciendo comedias, igual que Jean Rochefort (RRRrrr!); Jean-Pierre Darrousin actúa genialmente en el peor pasticho policial del año (Feux rouges) y Vincent Cassell se pone a filmar en Estados Unidos.

Amigo lector, hágase la pregunta: ¿cuándo fue la última vez que vio una película excelente de Francia? Le Convoyeur era Belga, y lejos de ser excelente. ¡Hasta Les invasiones barbares es una película canadiense! No nos mintamos, L’auberge espagnole era simplemente aceptable y Lelouche acaba de recibir la peor paliza desde hace algunos años, tanto de la crítica como del público, gracias a su modesta película, Le genre humain – 1ère partie: Les Parisiens. Dios mío. Todavía faltan dos, y el autor sigue afirmando que es un genio incomprendido. ¿Y Goddard? Hizo una película en Handycam de sólo diez copias hace unos meses. La fui a ver, la pasaban un martes a las dos de la tarde. Éramos tres en la sala de cine.

Podríamos seguir unas cuantas páginas más, pero para qué negar lo obvio: La verdad es que con Jean-Pierre Jeunet y Mattiew Kassowitz en Estados Unidos el cine francés perdió el relevo que tanto buscaba y no parece saber cómo hacer películas inteligentes, «cultas» y que lleven gente ala sala de cine.

Duele decirlo, pero desde un punto de vista creativo hay que admitir que en Spike Jones (Being John Malkovitch, Adaptation), Darren Aronofsky (Pi, Requiem for a Dream) y Christopher Nolan (Memento, Insomnia), los Estados Unidos muestran una generación de relevo con una propuesta diferente, creativa y que administra recursos para producir películas, sino geniales, excelentes. Por más que se quiera afirmar lo contrario, habría que pensar nuevas estrategias creativas y de financiamiento de las películas francesas que vayan más allá del mediocre dos por uno, que si bien produce destellos de cine de vez en cuando, en la mayoría de los casos reproduce argumentos mediocres y mal planteados que no aportan nada al arte del cine o al intelecto del espectador. A las pruebas me remito, y el que opine lo contrario, que vaya a ver la olvidable 5×2 de François Ozon, una película pretenciosa y nada interesante que no propone sino que explota recursos cinematográficos ya conocidos. Pero les gusta. Porque es francés.

En ése sentido, en el caso del cine francés, vale la pena recordar la afirmación de Oscar Wilde: «mi taza está sucia, pero es mi taza». Traducido al francés se lee, «nuestro cine es malo, pero al menos no hacemos Alien versus Depredador«. Es un punto de vista. El otro, el mío, es el de la calidad. Y a 9 euros la entrada no me parece tampoco mucho pedir.


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