A Batman le bajaron el sueldo

Traté de convencerme que ya se había escrito todo sobre «Batman: El Caballero de la Noche Asciende», la última de Nolan. Y es muy posible que así sea (aquí ya se ha publicado una reseña de la película). El cierre de la trilogía, aunado a la infeliz masacre de Aurora, fue cubierto a fondo por medios de comunicación, críticos, blogueros, foros, tuiteros y toda esa fauna que vive y respira la superrealidad de las redes sociales. Con eso en mente, renuncié a ser una redundancia, me resigné a leer todo lo que me pareció interesante, escribí un cuento en el que intenté coquetear con la dicotomía del superhéroe (rechazado, por cierto, por el quisquilloso editor de esta publicación pero publicado aquí) y retomé mis ciclos de nuevo cine europeo en DVD. Pero entonces vinieron las llamadas.

Mi papá fue el último. Ya antes me había llamado mi primo y me habían escrito mi cuñado y un amigo de la infancia. Querían saber mi opinión. Estaban confundidos. No sabían si amar u odiar la película. ¿Por qué era yo el escogido para aclararlo? Mi viejo, por su parte, llamó tarde en la noche. Había leído «A Bruce Wayne le gusta Chopin» por tercera vez. ¿Qué tanto de ti hay en ese escrito?, preguntó. Pero en realidad fue una respuesta. La idea creció en mi cabeza a la velocidad que crecen las paranoias. Tenía que escribirlo. Porque ellos confían. Y porque había mucho de mí.

Antes de empezar a escribir, quiero aclarar que esto no es una crítica cinematográfica. REPITO: esto no es una crítica cinematográfica. Son simples impresiones de un fanático de la mitología (¿o arquetipo?) del hombre murciélago. No hay nada estructurado, ni estudiado de manera científica, menos aún fílmica. Esto es una mera divagación, vulgar, como la placentera lectura de una historieta.

Yo he sido uno de los que siempre ha visto los refritos con recelo. Llámese secuela, remake (nueva versión), adaptación: siempre he esperado lo peor de ellos. La industria del cine, por comodidad y conveniencia comercial, viene insistiendo cada vez más en esta fórmula. Es uno de los fenómenos que giran en torno al principio de NO BRAIN, NO PAIN que leí hace unos días en la pared de alguien en Facebook. Una forma de apostar por lo conocido, por la píldora, lo seguro y lo fácil. En fin, no soy de los que se alegra con los refritos. Pero la trilogía de Nolan es una excepción. Y sea como sea, le agradezco a este señor y a su equipo por haber salvado la patria para franco deleite psicológico de los que seguimos con fanatismo al hombre murciélago y su historia.

Pero al grano.

La película a nivel de sub-tramas es un desacierto. “Un pote de humo”, como la llamó Sergio Monsalve en su columna de crítica cinematográfica La ventana indiscreta. Demasiados personajes, demasiadas líneas argumentales. A nivel de guión la película es un vericueto y los vericuetos se enredan, y los vericuetos que se enredan son difíciles de desenrollar sin que se note. No voy a ponerme a revelar aquí las sub-tramas. Pero sin duda que la película trata de decir demasiado y eso crea confusiones, contradicciones y lo peor, justificaciones imperdonables.

A pesar de lo difícil que es, si en cine la imagen no explica, si el espectador no lo puede deducir, si es necesario explicarlo, entonces Houston tenemos un problema. Sin embargo (y aquí la contraparte), los diálogos de esta película son maravillosos, insuperables. Lo dejan a uno sentado ahí, frío, sin tiempo ni siquiera para reaccionar. No soy el único que lo piensa.

El escritor venezolano Fedosy Santaella, publicó algunas reflexiones sobre esto en su cuenta de Twitter y hasta escribió una aproximación poética al personaje de Bane (el villano principal) en su blog Caja VirtualEl mal y la poesía«). Este personaje, a mi entender, es el que nos ametralla con las frases más contundentes de la película.

También hay otro elemento a considerar: esta tercera parte ha querido ser entendida comparándola con «Batman: El Caballero de la Noche», la segunda parte de la trilogía. Esta comparación es la consecuencia natural que pone a la película en un peldaño inferior, pues la tercera no logra, bajo ningún concepto, alcanzar la profundidad psicológica alcanzada con el Guasón. El villano de esta entrega es diferente y el tratamiento de la trama es menos psicológico y filosófico, algo que no sólo se nota en la película, sino en la lectura del cómic per se. Lo que sí es cierto, es que «Batman: El Caballero de la Noche Asciende» fue creado como un cierre de trilogía y, en ese sentido, si cumple su cometido de manera perfecta.

Técnicamente, la película echa mano de la maquinaria multimillonaria de producción de Hollywood. No creo que se haya escatimado en este sentido y todo está muy bien elaborado. Quizás el sonido a veces raya en la frontera de lo soportable, pero a pesar de ello, estos efectos y la música les hacen la suplencia muy bien a algunos vacíos de la película. Se le ha criticado a la banda sonora de Hans Zimmer el empleo de la fórmula usada en las dos películas anteriores, pero siendo una trilogía, creo que lo contrario hubiera perturbado una continuidad más que necesaria.

La escogencia de los actores me parece que fue acertada. Sin embargo, hay actuaciones poco convincentes, como la de Marion Cotillard, quien se lleva el premio a una de las escenas de muerte más sobreactuadas que he visto. Pero aquí quiero detenerme: la construcción de los personajes. Quizás es esta la principal debilidad de la película. A pesar de durar tres horas, la construcción de los personajes es pobre, mucho peor aún si tomamos en cuenta que la mayoría tiene puntos de comparación frescos y a la mano: dos películas anteriores y muchísimas historietas de la DC Comics.

Más allá de la infidelidad que se comete a la historieta, el Bane que yo conozco es un protagonista en sí mismo, no lo que resulta ser al final. Sin duda su historia está distorsionada, pues se necesitaría una trilogía completa para la relación entre Batman y «el hombre que le quebró la espalda», pero no se le da el puesto de archienemigo con un alto coeficiente intelectual, adicto al Venom y ajeno a toda la vuelta político anarquista en la que se ve envuelto. Salvo algunas escenas gloriosas de Alfred y The Cat y el coqueteo fiel a aspectos de su personalidad plasmados en la historieta original (como es el caso de llamar a Selina Kyle The Cat y no Catwoman), el resto de la plantilla de personajes es tocada de manera superficial. Creo que se invierte mucho tiempo en la retórica del anarquismo, la conciencia social, el terrorismo, la amenaza nuclear, el desastre de la bolsa , el control de las clases adineradas y la reivindicación de los oprimidos en un mundo post 9/11.

Por último…bueno, por último está el final. Es cierto que Batman es el resultado del villano que se le enfrenta. Así funciona el mundo de los «superhéroes». El hombre que enfrenta a Ra’s al Ghul no es el mismo hombre que se enfrentó al Guasón, ni el mismo que se enfrenta a Bane. Eso está claro. Pero más allá de ese viaje interno en el que Bruce Wayne se embarca sin querer, Batman no es un superhéroe. Es un antihéroe al que se ha llamado erróneamente héroe. Batman es un paramilitar, un delincuente, un hombre que no ha podido con el dolor, que se ha estancado, que nunca va a recuperarse y, por eso, siempre continuará cazando criminales a expensas de enfrentar lo que siente con lo debido, en una contradicción filosófica interminable. Batman es un vengador irredimible. Es la manifestación del sacrificio de un hombre. Por eso, el final, aunque reconforta mi corazón, por eso, aunque me parece una película excelente y recomendable, va en contra del mismo Batman. Quizás por eso salga tan poco en la película (es uno de los personajes que menos lo hace).

O quizás sea que por todo esto de la crisis mundial, hayan decidido bajarle el sueldo.


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